lunes, 30 de agosto de 2010

El guerrero islandés



Louis Amundson anda errante y sin equipo durante estos días de agosto y calor atronador. El dios Odín no favorece al guerrero con aspecto islandés que vagabundea como un iceberg por los mares de la NBA, ofreciendo sus rebotes al equipo que le quiera contratar como mercenario. Amundson jugó la última temporada en los Phoenix Suns, junto a los cactus del desierto, en el calor mexicano de Arizona. Y el vikingo se adaptó bien al clima hostil. Cada partido, en los escasos minutos de juego y vida que le dejaba su entrenador, el guerrero nórdico arrambló con un buen saco de rebotes ofensivos para su equipo. Lo hizo bien, el muchacho, pero no recibió premio alguno en forma de un nuevo contrato para la seguir en las canchas de Phoenix durante la siguiente campaña bélica. Amundson se fue con su hatillo de rebotes al hombro, en busca de vientos propicios que impulsaran de nuevo su carrera.

El chico tiene sus limitaciones, hay que reconocerlo: dicen que no es demasiado alto y que no contribuye con puntos al ataque del equipo. Una nulidad anotadora, vamos. Y Phoenix Suns siempre ha sido un equipo de puntos infinitos, canastas de aquí a la eternidad. En cierto modo, Amundson era una rémora, un seguidista, como el pececillo aquel que sigue al tiburón en las cálidas aguas del Caribe. Amundson no es el guerrero total, el tiburón del Caribe, ni el líder de una partida de jugadores sedientos del oro del Rhin (de anillos de oro de campeón). Pero su hatillo de rebotes tiene una cotización en el mercado, sin duda, así como su valor, que merece una nueva oportunidad antes de abismarse en el Valhala.

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