lunes, 11 de octubre de 2010

La depresión del pistolero















Gilbert Arenas anda en horas bajas. Ya ha empezado la pretemporada en la Liga, pero él anda sumido en sus cavilaciones. En el primer partido con los Washington Wizards se ha presentado con barba de homeless y un buen repertorio de tiros errados. Ha lanzado a canasta con desgana, apenas ha defendido, ha vagabundeado de un aro a otro, deambulando sin sentido por la pista que antes fue su paraíso. Alguna canasta sí entraba, como una antigua costumbre. En sus manos crispadas aún retiene la nostalgia de la elipsis.

Arenas ha renunciado a la toga de senador supremo de su equipo. Aún no ha cumplido los treinta años y ya siente que la estrella es otro: John Wall, un recién llegado a la Liga que aún habrá de confirmar su mundo de fantasía y promesas. Arenas le ha cedido el peso de la toga y de las pistolas con que ametrallaba al equipo contrario.

Gilbert Arenas no es el mismo. No ha digerido la fama ni el dinero que le han llegado con los años. Tiene un bolo alimenticio de billetes verdes en la boca de la garganta que le angustia y no le deja respirar. Desde que el año pasado entró riendo en el vestuario del equipo con un par de pistolones, monstruosamente reales, ya no es el mismo. Luego llegaron las sanciones, la mala prensa, el atardecer precoz de quien pudo haber llegado a artillero mayor de la Liga. Ahora los fusiles se han vuelto contra él.

Arenas sabe que la recuperación empieza con un buen afeitado.  

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